Un viejo tópico dice que Valencia vive de espaldas al mar. En realidad, nunca vivió de cara al Meditarráneo. Se fundó tierra adentro junto al entonces navegable Turia. Pero las cosas cambian, a veces a un ritmo vertiginiso. El que ha marcado la Copa de América. En tres años se ha levantado una dársena que se ha convertido en un gran espacio de ocio, con múltiples restaurantes, cafeterías y ese local de síntesis donde se come, se bebe, se charla y se baila. El denominador común es que todos miran al mar.
La oferta se ha multiplicado por mil. Valencia ha ganado, sobre todo en diversidad y espacios atractivos. Ahora hay para elegir si se quiere tomar una copa mirando al mar-a precios de puerto deportivo de moda, entre caros y muy caros, eso sí-. Al margen de posibles objeciones arquitectónicas y del imperdonable deterioro del cercano barrio de El Cabañal, la dársena ha sido pronto asumida por la ciudadanía como el nuevo espacio de ocio de Valencia. Miles de personas se acercan a pasear, mirar, jugar (en los parques) o consumir, principalmente, los fines de semana...